El sesgo fundamental de nuestra percepción es el llamado error fundamental de la atribución. La misión de este error es básicamente defendernos y proteger nuestra autoestima. Es una de los mecanismos de defensa más sofisticados de nuestro software cerebral.
Consiste en dar excesivo peso a las disposiciones personales estables a la hora de explicar el comportamiento observado en otras persona, dando poco peso a las circunstancias externas o ambientales. Es algo así como confundir el « ser » con el « estar ». Tendemos a creer que las conducta que observamos en otro ha sido causada por su personalidad, forma de ser, carácter, inteligencia,…
Es lo que hacemos cuando damos por sentado que alguien es torpe porque le vemos cometer un error, sin tener en cuenta que puede que ese día tenga mal día, o que ha sido un fallo producto de otras circunstancias. La realidad demuestra que la causa de nuestras acciones son una mezcla de disposiciones personales estables, acciones propias, circunstancias externas y suerte. Solemos dar excesivo peso a la forma de ser y la inteligencia cuando observamos fallos en los demás. En cambio, somos más tolerantes con nosotros mismos cuando el fallo nuestro, y damos más peso a circunstancias externas o a la suerte. Este disonancia que se produce entre el actor y el observador explica por qué solemos ser más tolerantes con nosotros mismos que con los demás: porque creemos que los demás actúan así porque son así. Nos ocurre porque es difícil saber todas las circunstancias que rodean y han rodeado a una persona. En cambio, sí somos más conscientes de nuestras circunstancias.
Ahora bien, para proteger nuestra autoimagen, practicamos otro truco que falsea, de nuevo, la realidad. Como argumentábamos, atribuimos a la mala suerte nuestros fracasos y a la falta de capacidad los fracasos de los demás. Pero cuando se trata de los éxitos hacemos lo contrario. Atribuimos nuestros éxitos a nuestra brillante capacidad y los éxitos de los demás a la suerte. Esta explicación, de nuevo, se aleja de la verdadera realidad. Nuestros éxitos tampoco dependen tanto de nuestra capacidad como creemos, sino de múltiples circunstancias, tanto internas como externas, como el esfuerzo, la suerte o estar en el lugar y momento adecuados.
No debemos caer en el error de pensar de pensar nuestras capacidades o las circunstancias externas son más estables de lo que son. El que se siente víctima interpretará que sus acciones se deben sobre todo a disposiciones negativas estables («no valgo») y que las causas externas también los son («esto va a ser siempre así»).
Otro recursos que empleamos para proteger nuestra imagen es la llamada disonancia cognitiva: aferrarse a nuestras creencias incluso cuando presentas pruebas fiables de lo contrario. Impide que cambiemos las convicciones y nos protege de sentirnos mal cuando hacemos algo mal. Ejemplo: pensar que soy buena persona y he recogido una cartera del suelo y me la quedo. La conclusión lógica sería pensar que no soy tan buena persona. Mi cerebro intenta reducir este conflicto. Soluciones: cambio la conducta y elimino la contradicción. Devuelvo la cartera. Otras: racionalizo. Si has perdido la cartera, te mereces lo que te pase. Otra: rechazar la evidencia con argumentos absurdos, como por ejemplo que todos harían lo mismo, entonces si todos creen lo que tú, no eres estúpido (presión social). Nos fiamos mucho de lo que hacen los demás para validar nuestras acciones. Haz una comprobación fácil: si vas en metro, fíjate cómo siempre hay un torno por el que pasa la gente masivamente.
Nuestro cerebro nos engaña. La memoria nos engaña. No es ni mucho menos una biblioteca, sino más bien una gran película fantástica que nos hemos creado para dar coherencia a la imagen que queremos tener de nosotros mismos. Aunque parezca mentira, un gran porcentaje de las cosas que recordamos es inventado o está distorsionado, es decir, hemos añadido, modificado y quitado cosas. Objetivo, entre otros: hacer bonita la película, o al menos, coherente con mis pensamientos, creencias y sentimientos.
Aprender ser más racional es la vacuna para minimizar estas distorsiones que nuestro cerebro provoca. Acostumbrarnos a poner en duda vuestras convicciones, por sistema. Puede que esto haga mella al principio en vuestra autoestima, pero con el tiempo nos hará llevar una vida más sana y adulta. Tenemos que cimentar el hábito de cuestionarnos y cuestionar lo que creo sobre lo que veo. En la mayoría de los casos, la objetividad no existe. Sólo existe la subjetividad, es decir, la manera en la que filtro la información. La objetividad, en todo caso, sería darme cuenta de esa subjetividad. Darme cuenta de que mi visión del mundo es sólo eso, una visión. Nuestra mente no busca la objetividad, busca mantenernos a salvo y salvaguardar nuestra autoestima y seguridad. El cerebro quiere salvaguardar nuestra imagen. Por eso tendemos a sobrevalorarnos en cuestiones en las que no tenemos ni idea. Nuestro cableado tiende a hacernos pensar que somos “objetivos” y que nuestra visión es la correcta, cuando seguramente esto dista mucho de la realidad. No te preocupes. Nuestro cerebro es así. Pero podemos desprogramarnos. Esto pasa también por entender que los otros tienen derecho a tener esta subjetividad, y ser más tolerantes con ellos, igual que lo somos con nosotros mismos.
Nuestro cerebro es una máquina sofisticada y compleja. No penséis que porque nos juegue estas malas pasadas es una máquina defectuosa. En gran parte, todos estos fallos de percepción tienen lugar porque no nos han educado en cómo funciona nuestra psicología. No nos han educado en esto ni en muchas otras cuestiones de vital importancia que, desde luego, hubieran hecho más fácil nuestra vida en la sociedad que vivimos o, por lo menos, la forma en la que la encaramos.
La mente busca un patrón cuando no entiende algo y, cuando no lo encuentra, se lo inventa.
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