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Cuidado con los objetivos


Hay millones de páginas dentro de la industria de la autoayuda de las últimas décadas sobre los objetivos. Como suele suceder, es un concepto que puede tener muchos matices e interpretaciones y un cierto grado de abstracción que puede jugarnos malas pasadas.



Y es que cuando una persona se plantea un objetivo lo primero que debería preguntarse es DE DÓNDE viene ese objetivo. ¿Sale de mi verdadero yo o de lo que se espera de mí? ¿Estudio para aprender o por miedo? Por miedo al futuro, al qué dirán, a ser rechazado…¿Persigo tener una buen trabajo, negocio, posición económica, coche, casas, hijos,…porque es lo que quiero o porque es lo que se supone que tengo que hacer?


¿De dónde nacen mis objetivos? ¿Los objetivos son la obsesión por los resultados? NO me extraña que estemos todos tan agobiados, estresados e infelices. ¿No será que hemos puesto el foco donde no debíamos?


Si eres fumador prueba a hacer lo siguiente. Intenta ponerte como objetivo no fumar hoy. Para ello vas a repetir constantemente y sin cesar todo el día: “Hoy no voy a fumar, hoy no voy a fumar,…”. ¿Qué es más probable que pase? Acabarás fumando casi seguro. Es normal. Has estado programando a tu mente para que pase. Es lo que se llamar un objetivo negativo. Quieres huir de algo. Al obsesionarte con ello, acabas provocando que pase. EL miedo a que pase centra tu atención en ello. Luego acabarás provocando más de eso que no quieres.


Otro ejemplo. Te sientes insatisfecho por lo que tienes ahora mismo y te gustaría prosperar. Tu propia infelicidad te hace perder energía y atención en lo que podrías mejorar para conseguir otras cosas. Con lo cual acabas provocando tú mismo que la situación se mantenga. Cuando el objetivo parte de la insatisfacción, nuestra atención se distorsiona y nuestra energía no está bien enfocada. Cuando la meta es “no quiero más de esto….” Es muy probable que obtengas más, sobre todo si te obsesionas con aquello que no quieres.


Si me obsesiono con lo que quiero en vez de con lo que no quiero, la cosa mejora un poco. Ya no estoy centrado en la carencia, sino en un beneficio futuro. Pero aquí también hay trampas. Cuando Brian Tracy nos dice en sus libros y cursos que el éxito son metas, corremos el riesgo de malinterpretar la cuestión.

Si el éxito son metas, ¿éxito es el logro y nada más? ¿da igual cualquier objetivo entonces? ¿Qué pasa después del logro? ¿Acaso no temeré perderlo y me enfocaré de nuevo en objetivos negativos?


¿Y si el éxito fuera el talento dando sus frutos?


Quizá debamos cambiar las preguntas. No se trata tanto de a dónde quieres llegar, sino de qué es lo que te hace disfrutar y qué se te da bien.


Quizá a partir de esas dos preguntas podamos empezar a construir cosas de forma natural.


De forma natural implica que no sintamos la carga de tener un objetivo encima como una espada de Damocles que nos castiga si no hacemos lo esperado. Sobre todo si esos objetivos son poco realistas o inalcanzables.


Cuando me enfoco con angustia en los objetivos pensando que pasará algo terrible si no los consigo, pierdo de vista algo. Pierdo de vista el foco. El stress me impide centrarme en las habilidades que me permitirían conseguirlo.


Céntrate en las habilidades. En aprender. En el disfrute. No en el objetivo.

Los objetivos están bien para darnos dirección y sentido, pero una vez diseñados, hay que olvidarlos. Suena paradójico, ¿no?

La vida tiene más que ver con el fluir. Encontrar el sitio donde encajas. La ambición por la ambición ni funciona si no fluyes.


Explorar lo que te gusta depende de ti. De ti mismo funcionando en libertad.


El miedo a no cumplir el objetivo se suele transformar en la primera causa de su no realización. Y en el primer obstáculo de mi verdadero desarrollo personal.


Ahora bien, si en el futuro tengo un negocio con empleados, ¿no debería ponerles objetivos? Sí, si sirven como dirección y guía. NO si parten desde tu miedo. Si eres de los que piensan que las personas no funcionan de forma autónoma, sino que hay que estar con el látigo, quizá tengas la tentación de poner objetivos elevados porque crees que así “obligas” a tu equipo a dar lo mejor. Pero lo que ocurre es que quizá tus empleados los vean como algo inalcanzable y prefieran no alcanzarlos, no vaya a ser que el año siguiente sean todavía más altos.


El truco está en confiar en tu equipo. Y esto depende mucho de la selección del personal. No siempre vamos a acertar en esto, por lo que prescindir a tiempo de quien te puede ahorrar muchos disgustos. Del mismo modo, correr el riesgo de desmotivar a quien sí da la talla es un pecado mortal por tu parte. No obsesiones a tu equipo con los objetivos. Dales un margen para qué decidan qué hacer y cómo. Deja que aflora la creatividad. Se trata de cada uno desarrolle su máximo potencial personal, no que todos sigan un patrón encorsetado y establecido producto, como siempre, del miedo.

Entonces, ¿El miedo es siempre malo en una empresa? No. Tiene una función estratégica a la hora de evitar riesgos: de seguridad, financieros, personales. El miedo es necesario. Pero creer que todo tiene que estar basado en el miedo es un error que nos impide avanzar.


Nuestro verdadero desarrollo no se sustenta gracias a incentivos externos, como un mejor sueldo. De hecho, cuando hacemos algo que no nos gusta sólo por una recompensa externa, cada vez necesitaremos más de esa recompensa para obligarnos hacer un trabajo de calidad. Y cuando la recompensa no esté, dejo de avanzar.

El dinero no motiva. Motivan otras cosas. Que cuidemos a nuestro equipo y favorezcamos su desarrollo, que puedan expresas sus talentos, que lo hagan tenga sentido para ellos,…van a ser los mejores motores para un rendimiento excelente. Todo esto lo conseguirás si no intentas “forzarles” a que sean excelentes. El verdadero líder tiene una verdadera comunicación con su equipo, humana y desde la escucha activa. Un comunicación recurrente y calendarizada que no sólo se produzca cuando hay que apagar incendios.




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